La pluma y el papel son mis objetivos en este momento

miércoles, 5 de enero de 2011

Los Blogs son invisibles

Desafortunadamente me doy cuenta que la cultura de la mayoría de las personas que recurren a internet es muy baja como para abrirse a nuevas formas de pensar y de escribir como es bien visto en la mayoría de los blogs. Ahora los blogs que se comentan están estrechamente vinculados con Facebook o con Twitter, o su contenido es acerca de videojuegos o de sexo. Lamentablemente son muy pocas las personas que dedican tiempo en leer blogs que versan sobre cultura, política o literatura y esto es algo que me desmotiva mucho al momento de escribir y escribir y desvelarme en ello... me pienso a dar cuenta que antes escribía para no sentirme sólo, pero ahora que estoy sólo, que escribo y que me doy cuenta que aun no hay alguien que pueda leer mis líneas, así me siento más lleno de soledad pura, peor que la que le acongoja a García Márquez.

jueves, 23 de diciembre de 2010

EXCAVANDO ESPERANZA

Ha tiempo basto de la edificación de la industria minera en America Latina, entonces México estaba dominado por una utopía rigurosa: siendo la explotación minera el punto cause de estos eventos.

Fuera de aquellos días, Frausto Zavala había difundido su historia acerca que había vivido por días bajo tierra en un hueco húmedo donde goteaba el delirio y existía el hambre, la sed y la desesperación. Esa mañana en que ocurrió el desastre, Frausto tuvo la sensación de no querer abandonar su cama, pero la represión de la pobreza le hizo abandonar esa idea.

Su esposa le ofreció su almuerzo… común. Y también le había notificado que había vuelto a concebir un hijo… frecuente. A lo cual Frausto besó a su esposa con viveza irradiando amor y alegría.

«¡Esta es una razón más para despertar!» Dijo Frausto con cierto dejo de sarcasmo, pues bien le parecía que otro hijo era una boca más, menos dinero.

Pero, ¡qué cándida mañana! Errante hasta en su aurora y equivocada en la calma matutina del día que saludaba a la gente con falsa alegría.

Así fue que Frausto asistió a su jornada laboral de minero con aliento a café humilde, al llegar debía de checar en la máquina que estaba en la oficina del jefe, después, unicamente tomaba sus herramientas de pesado trabajo y se dirigía a un elevador manual que lo llevaba doscientos metros abajo, aislado del sol y la gente. En su trayecto, se sentían los muertos tan cerca y tan vivos que Frausto casi podía verlos.

Habiendo llegado a los doscientos metros, Frausto siempre miraba hacia la superficie, la cual se veía igual de lejana que los anhelos de un pobre. En el momento más lleno de estupor, Frausto fue interrumpido por el jefe, quien le ordenaba que comenzara a trabajar, así que Frausto encendió la lámpara de su casco y entró a una cueva donde había poca luz y oxígeno. El poco oxigeno existente se respiraba con dificultad y tenía un olor a tierra húmeda. En la cueva había caminos tan distintos y ninguno era más oscuro que el otro.

Julio, quien era el comisionado de veinte hombre, entre los cuales estaba Frausto, ordeno que entraran al camino de enmedio. Éste era muy angosto pero también era corto, sólo caminaron unos pasos y habían llegado a otra cueva circular con tamaño de explanada. Dentro de esta explanada se encontraban otros veinte mineros laborando arduamente.

Todos tomaron una pica y comenzaron a excavar y a sustraer la plata de las paredes de piedra, era una tarea difícil que dolía hasta el nervio de los huesos, desmineralizaba el calcio y mataba las neuronas.

La plata que era extraída se acomodaba en costales, y estos costales se montaban en una carretilla que era llevada a la superficie.

Después de un mes de labor, el cargamento de seis mil kilos de plata era llevado al extranjero, vendido a doscientos pesos cada kilo. Ya en el extranjero el metal era procesado para su venta industrial y comercial, y después era vendido a mil trecientos pesos el lingote, y setecientos pesos cualquier alhaja. Después de quince días de labor, al minero se le era remunerado con dos salarios mínimos. “Si cada minero era capaz de reunir un kilo diario, entonces su paga debería de ser de tres mil pesos quincenales, a lo menos” Pensaba a diario el comisionado Julio, quien preparaba exhortar a sus compañeros de trabajo a levantarse en huelga y exigir un salario correcto y decente.

A las dos de la tarde llegó a esa zona de trabajo el refrigerio y el receso. Frausto comió noblemente contando sus historias y compartiendo risa, recordando intensamente a su mujer, a sus hijos y aquel que ya venía. Discutían todos juntos cual sinfonía dirigida, la problemática en la que la industria y el sindicato minero estaba inmersa con Napoleón Gómez Urrutia al frente de ésta. La mitad de los presentes criticaban al ya nombrado, mientras que la otra mitad lo defendía y aclaraban que la industria minera estaba en la debacle puesto que en México el petróleo se había devaluado, o que con la llegada del PAN México había retrocedido en su camino hacia la potenciación. Eran tantos los dilemas, eran tantas las palabras dichas y las ideas utópicas acerca de la minería y la economía perfecta.

Comenzaron a hablar de sus esposas, pero un alarmante suceso los interrumpió. Un suceso que le costó años a Frausto para superar un transtorno de estrés postraumático. Desde ese lugar, se escuchaban los gritos deseperados de otros mineros en otras minas, gritos de miedo y muerte. La tierra temblaba con fuerza, a la vez que los huecos de la mina se hundían rellenándose de tierra y gritos de pánico, soledad y condena. Frausto fue golpeado por una roca, esto lo dejo inconsientedurante mucho tiempo. Cuando reaccionó observó que en su mina aun había un pequeño hueco en pie, y se dio cuenta que los demás que continuaban vivos se habían puesto a rezarle pues creían que estaba muerto. Frausto tenía tierra en la garganta y adrenalina en el cerebro.

—Fue una detonación—Dijo Julio mientras vomitaba tierra—. Querían abrir un nuevo túnel para comunicar todas las zonas de la mina. Todos los comisionados nos opusimos a que lo hicieran en días laborables, pero por lo visto la jefatura no nos quiso escuchar.

—¿Y ahora qué haremos? ¿Qué haremos? Estamos condenados por el Señor, ha decidido condenarnos a todos por nuestros pecados ¡Estamos condenados! ¡Condenados! ¡Condenados!

—No lo sé —Dijo una voz—Supongo que nos dejarán enterrados en vida. Así se ahorraran una quincena y el ataque de la prensa.

—Sí, tal vez eso pase… será muy difícil que nos encuentren si acaso nos buscan—Hubo unos minutos de silencio, la tristeza por saber que iban a morir los ahogaba más que la falta de oxigeno.

—¿Porqué nosotros? —Nadie supo quien lo dijo, pero abrió en todos la duda más importante que hizo que muchos se echaran a llorar y otros decidieran rezar.

—Ya han de ser las once, pues a ea hora me da sueño y precisamente me acaba de dar.

—¿No será el golpe que te diste? Nomás no te vayas a dormir… Yo tenía un primo en Estados Unidos que un día se le calló una puerta encima de la cabeza, le dio mucho sueño poco rato después… Cuando quisimos despertarlo ya estaba todo muerto y tieso—Habló Mutlauhac, un yucateco de descendencia maya, por lo que tenía una frente estrecha, una nariz, orejas y labios grandes, además de unas manos celestes llenas del realismo maya.

—¿Alguien tiene un relicario?—Pregunto Frausto

—Tengo éste… —Julio mostró su relicario—. Es un relicario del Santo Malverde, es para que nos ampare a todos los que salimos del bote.

—Yo tengo a un Santo bien cabrón—Dijo un hombre de barba retorcida, y mostró la viva estatuilla de la Santa Muerte—. Si te vas a morir, al menos resale a la Santita, así tendrá piedad de ti en el Purgatorio.

—Este era de mi hija—Dijo un hombre que tenía la mitad del cuerpo enterrado. Se sacó del cuello un guardapelo de oro que tenía bellamente pintado la imagen de la Virgen de Guadalupe. Entonces Frausto se empeñó en rezar por él, pero aún más por su familia y las familias de sus amigos de muerte.

Tiempo transcurría sin dar espacio al pensamiento. Unos pocos comenzaban a sentirse sofocados, ya que la tierra se esparcía por todas partes dejando el esófago rasposo. Otros más empezaban a alusinar, pensando que las lámparas de los cascos eran la salida de la superficie pero estaba muy por encima de ellos.

—¡Se escucha que escarban! Tal vez vienen por nosotros… —Dijo el hombre que estaba casi enterrado. Pero no se escuchaba nada, sólo eran las tripas de los mineros clamando por alimentos. Nadie sabía qué pasaría, ni cuánto había transcurrido. El oxigeno y las ganas de vivir comenzaban a agotarse.

—Tengo éste reloj, pero hace tiempo que dejó de funcionar. La última vez que lo vi eran las quince para las tres. Supongo que a las tres en punto fue el derrumbe.

— Podríamos arriesgarnos a escarbar, pero esto de aquí arriba podría venirnos encima—Advirtió Frausto. Pasó todavía mucho tiempo y dijo—. ¿Ustedes aun creen en que vamos a salir de aquí?

—Nuevamente te digo, no lo sé… Sepultados aquí, doscientos metros bajo tierra, Dios pensara que estamos muertos y ni el podrá ampararnos.

—No sé qué día sea, pero yo me iba a casar uno de estos días. ¿Qué andará pasando allá arriba, y más arriba de allá arriba? Espero que Dios tenga piedad, pues no creo que ninguno de nosotros hallamos robado o matado siquiera para merecer esto.

—Sabrá sólo Dios. Tal vez tenga razón Arzenio, nos andan buscando. Por cierto, ¿acaso está dormido? A ver don Julio, muévalo.

—Está muerto —Dijo Julio—Ya no respira ni tiene pulso… ¡Descanse en paz!

—No, eso no puede ser. ¡Muévalo más!

—Le digo que no. Ha muerto más por tristeza que por falta de oxigeno.

Todos durmieron de un momento a otro. Durmieron más de lo que un ser vivo puediera dormir. Un ángel escarbó hasta aquella tragedia de cuerpos muertos y que con ayuda de un elevador se fue llevando a todos uno por uno. En la superficie se hizo evidente que no era un ángel, sino un hombre fuerte que destellaba una luz en su cabeza, semejante a la aureola de un guardián de Dios. En la superficie también se hizo evidente que de doscientos mineros que trabajaban en la mina, sólo se habían recuperado cincuenta cuerpos, de los cuales cuarenta y nueve estaban muertos y sólo uno había sobrevivido al derrumbe de la mina.

Ante una conferencia de prensa, el secretario de Economía anunció la lista de decesos, desaparecidos, y vivos, aunque después de tantos días de encierro, la gente no era tan ingenua como para creer que había ciento cincuenta desaparecidos, así que mejor los daban por mal muertos.

—A continuación éstos son los nombres de las cuarenta y nueve personas finadas en el derrumbe de la mina del Edén, zona 5: Arzenio Álvares Hasso, Alejandro Sánchez Benítez, Juan José Puga Martínez, Julio Emmanuel Dena Bernal, Luis Donaldo Murrieta Colosio, Mario Andrade Cervantes, Mutlahuac López Pérez, Rolando Eugenio Hidalgo Eddy, Timoteo Hernández González…—Continuó con demás nombres, a cada cual una mujer en el público sollozaba—… A continuación nombro a la única persona que sobrevivió al derrumbe de la mina del Edén, también pertenece a la zona 5: Frausto Zavala Mora.

Simultáneamente Frausto recibía una rehabilitación en el hospital. Estaba sedado, completamente enyesado y medicado con antiansiolíticos que prevenían cualquier trastorno psicológico. Su esposa entró al cuarto con sumo cuidado pues no quería despertarlo, se acercó a su rostro y lo besó con tal pasión que el electrocardiograma se descompuso.

Tres días después, Frausto ya estaba mejorado y las exploraciones del área ya habían concluido. Ese mismo día, en el zócalo de la capital, el Sindicato Minero organizó un homenaje en memoria de quienes habían muerto y un grato reconocimiento a Frausto por parte del Arzobispo de México, pues según la iglesia Frausto era el Minero de Dios, elegido de entre doscientos para continuar en la vida. El presidente de la República dio un cálido saludo a Frausto después de su discurso, entonces fue momento de que el Minero de Dios narrara su historia.